lunes, 16 de agosto de 2010

"Ataco con tres buses y defiendes con dos. Con quince invadimos Versalles".

Espero ser breve ya que lo que barrunto en mi cabeza en estos momentos vendrá después. Sin embargo, quiero recordar y hacerte compartir querid@ lector@ mi experiencia como invasor. Daré un pequeño rodeo. En la I Guerra Mundial los tanques eran rudimentarios. Si no se movían a caballo, las tropas iban a pie contra el enemigo. El problema surgió con la metralleta. De esta manera, la guerra de frente contra frente premoderna dió a su fin y la gran protagonista fue la trinchera. No obstante, provocó la creación de pequeñas compañías de 5 o 6 hombres que avanzaban intentando escapar a la vista del enemigo. A la vez, se fue innovando en la construcción de vehículos de tierra que no sólo pudiesen transportar tropas sino que atacasen mientras se moviesen: los tanques. Un buen ejemplo de esto fue el inicio de la II Guerra Mundial: las tropas iban protegidas, se movían en sidecares, motos y camiones. Si podían, dejaban de avanzar a pie. El desarrollo sin precedentes de la tecnología de guerra en los últimos setenta años ha provocado que incluso en el ataque ya sean prescindibles los soldados de a pie, tan solo utilizados ahora para el reconocimiento y mantenimiento de la zona conquistada, dejando el resto de la ofensiva al laser, los aviones y los submarinos con misiles teledirigidos. Los ejércitos tal y como el Risk nos hace imaginar han desaparecido. El "heroísmo" del combate cuerpo a cuerpo, espada contra espada, terminó hace tiempo, pero este brillante juego nos trae al salón de casa el afán de la estrategia, del cálculo en base a un número concreto de tropas que son importantes en sí, una a una, para lograr el fin que se haya repartido en suerte. El turismo es la nueva forma de imperialismo y se realiza a la antigua usanza, o por lo menos combina dos ellas: el transporte en vehículo motorizado y el avance a pie (o más bien debería decir reconocimiento) (1). El 11 de julio de 2010 llegué a Versalles a eso de las 8h40 de la mañana. En el parking situado frente a la entrada del palacio había ya aparcados algunos autobuses. No tardé ni cinco minutos en bajarme y empezaron a llegar en tropel muchos más. Contando 50 personas por vehículo, es posible que la cantidad de turistas que se encontraban en aquel momento superasen en número a muchos ejércitos premodernos. Si a alguno se le ocurriese la "genial" idea de repartir un rifle a cada turista y en vez de disparar fotos a los monumentos y a sí mismos tirasen balas es posible pudiesen invadir media Francia o por lo menos, intentar un golpe de Estado. A pesar de no ser bien recibido en todos los lugares, una vez en tierra, el turista tiene el camino libre (2). Si fuese medianamente inteligente mandaba a la porra a los guías locales y correos y comenzaba su propia "conquista" del espacio que quiere conocer. Y sin embargo, como tropas llevadas por un general, siguen a pies juntillas a una manera imperialista de conocer el mundo, teledirigida, que no realiza preguntas, sino que impone las suyas, que establece las formas en base a un servicio comprado, que impone ideas a pesar de que el "producto" las transforme. No hay culturas primigenias, pero si queda claro que cuando uno va y ve su idea cambiada debe asumir esa variación, continuar con ella, y no obviarla e incluso reclamar si no obtiene la forma inicial. No se trata de acabar con el turista, sino con una determinada manera de hacer turismo, de envolver como regalo un producto controlado, sin problemas, niquelado, sin aristas. Conocer el lugar supone implicarse no tomar instantáneas o cortar y pegar fotos de Google. Mucho menos copiar la "historia" de la Wikipedia y ponerla en un itinerario. Dice mi adorado Truman que la gente viaja porque nunca ha estado y en cierta medida es verdad, pero él solo quiere escapar de su celda, quiere ir a Fiji con un nombre, un rostro y una chaqueta de punto roja (3). Solo nos dice que está al otro lado del mundo y que cuenta con islas en las que el ser humano no ha puesto el pie jamás. Pero la persona que viaja ahora tiene un producto más claro en la cabeza. El o la agente provee de catálogos, la televisión de anuncios, el propio preturista de lo que pueda conocer y el período vacación sustituye el conocer por el descanso, por el lema: "ey, que estoy de vacaciones, que nadie me moleste o las haga desgraciadas". De ahí a esa sensación de conquista cuando hemos ido a un lugar. De acumular sitios y sitios sin tener apenas una percepción distinta, propia, de ellos. Incluso la Luna tiene algo que darnos de su pasado.    

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NOTAS:
(1) A través de las distintas ciudades, el turista sigue a un guía local que en muchas ocasiones no está preparado o bien no sabe transmitir sus conocimientos. Pero puede que si lo esté pero el turista directamente pasa, se sienta en cualquier banco, se pierde, total, no ha pagado por eso, aunque algo quizá sí. Lo que importa, según mi parecer, es que ya vienen con el organigrama en la cabeza y es muy complicado quitárselo, ya que lo han comprado y es el que quieren.
(2) Dependiendo de algunos países en los que se convierte en el objetivo número uno para el secuestro, el robo o el asesinato.
(3) El Show de Truman. Peter Weir, Estados Unidos, 1998.

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