martes, 12 de enero de 2010

"Algo pasa en Hollywood" (Diciembre de 2009).





Título: Algo pasa en Hollywood.
Director: Barry Levinson.

Intérpretes: Robert De Niro, Catherine Keener, Michael Wincott, Stanley Tucci, John Turturro, Robin Wright Penn, Sean Penn, Bruce Willis.

Guión: Art Linson.

Duración: 104 minutos.

Productora: Tribeca / Linson Films.

Distribuidora: Universal Pictures.

Año de producción: 2008.

Con este sugerente título que recuerda a El juego de Hollywood (The Player, Robert Altman, 1992), se estrenó a inicios de diciembre esta “dramedía”, o comedia-drama. Si bien la cinta de Altman mostraba a las claras los problemas de los guionistas y productores con un magnífico Tim Robbins a la cabeza del reparto, la nueva película de Barry Levinson se presenta como una mirada ácida en torno a la producción. He escrito se presenta adrede. Con el paso de los minutos lo ácido se limita a ser socarrón en algunos momentos y burlón en otros. Y poco más. Uno no puede dejar de sorprenderse con qué facilidad se hacen productos aparentemente críticos para complacer cierto olor a podredumbre y falsedad que habita entre los pasillos del cine estadounidense. Básicamente, se señala con el dedo el uso de las drogas legales, es decir, antidepresivos, excitantes y un largo etc., la manipulación de los productores ejecutivos y distribuidores sobre las decisiones de los supuestos creadores, y los problemas relacionales y personales que se sufren al vivir sometidos a tanta presión.

Digamos que arranca de forma divertida y de manera simpática los actores se desenvuelven en sus personajes, aunque no con originalidad. Pero poco a poco el ritmo va decayendo al ver uno que la crítica no va ir más lejos.

El punto crucial de la crítica se centra en la creatividad, en su supervivencia. En ella, el poder juega un papel vital, ya que, según deducimos del complaciente final, contra más creativo es uno, contra más quiere salirse de las redes que le maniatan, más poder pierde, se encuentra más apartado de las decisiones y de la aceptación. Y así, se trazan dos miradas harto sencillas para dos elementos que merecen un trato algo más complejo. Primero, personalmente opino que el problema principal del cine actual es la falta de creatividad, no su opresión. Segundo, el poder es más que el control que ejercen unos sobre otros. Cuando se ejerce el poder se puede obtener algo positivo, mejor que lo anterior. Por tanto, la feliz resolución sobre la libertad de expresión y la creatividad salva a los creadores de la propia película de su olor al poner un perfume de rosas en un cuerpo que huele a sudor y azufre por los costados.

Barry Levinson se ha distinguido en ocasiones por hacer un cine burlón, inteligente y dinámico, como demostró en Good Morning Vietnam (1987), Rain Man (1988) o La Cortina de Humo (1997), pero también brutal y descorazonador: Sleepers (1996) (1). Por lo demás, su vena prolífica le ha llevado a realizar numerosas películas en veinticinco años, tocando diversos géneros (2), pero siempre haciendo un cine pretendidamente inteligente, que trata con mimo, o por lo menos lo intenta, tanto a guión como a actores. No obstante, a pesar de que su mirada burlona y crítica parece mostrarse, lo hace de manera cómoda, sin acusar demasiado, sin que el cuchillo al final corte el brazo, es más, sin hacer poco más que un rasguño. Ese el fue el caso de Good Morning Viertnam y, sin dudas, es el caso de Algo pasa en Hollywood. En aras de la defensa y loa de la originalidad y libertad de los creadores se zambulle con su guionista (3) en un final que puede hacer gracia a primera vista, pero que pica cuando uno sale del cine, viendo como los que están en el mundillo salen contentos, a gusto con la defensa de sus ideales, mientras los malos son los otros, los que tienen el poder.

A esto hay que añadir que los actores que supuestamente se interpretan a sí mismos lo hacen o bien de forma exagerada (caso de Bruce Willis) o bien de forma ausente (caso de Sean Penn) (4). Y ambos, cree uno, salen para dar caché al producto a nivel comercial y como un favor de amiguetes.

En conjunto, salí decepcionado, contento con algunas escenas bien rodadas, pero con un especial cabreo contra unos creadores que se siguen resguardando en el control que parecen sufrir, cuando las mayores limitaciones creativas vienen de ellos mismos.

NOTAS:
(1) Personalmente, creo que es su mejor película.
(2) A él se deben productos tan dispares como El secreto de la pirámide (1985), Bugsy (1991) o Toys (1992).
(3) Art Linson, igualmente productor, que ha dado a luz películas como Los Intocables de Elliott Ness (1987).
(4) Quien quiera ver a Sean Penn en esta película que se busque otra.