domingo, 21 de febrero de 2010

"País Digno"


Ayer un buen amigo me preguntó sobre el gesto que el ex-presidente del Reino de España D. José María Aznar - dominador imperioso de nuestro país entre 1996 y 2004 - dirigió a unos estudiantes de la Universidad de Oviedo, que le tildaban de fascista y terrorista entre otros calificativos. La respuesta devino rápida, en proceso desde hace unos días en la cabeza, aunque la cuestión fuese inesperada: "considero que es muy digno de este país haber tenido un presidente como él". Algo cacé de mi buen amigo de "el puto amo" como reacción. Juego con ventaja. Lo siento. Mirar al pasado con afán de hacer justicia provoca este tipo de frases provocadoras. Algun@s dirán que fue la corrupción del PSOE lo que le llevo al poder. Otros que algún cambio era necesario. Lo más tenebroso fue cómo obtuvo su segundo mandato: mayoría absoluta que le hizo a uno plantearse entre qué compañer@s de viaje se encontraba.
Y cómo perfilaba sus expresiones, su forma de vestir, de llevar la nación y tratar la diferencia, si de vez en cuando se dirigía a ella. La frase "cada país tiene lo que se merece" resulta familiar. Y también funciona como buen recurso. Much@s dirán que llevó a España a rendimientos económicos inmejorables. Lo cierto es que supo - con sus colaboradores - mirar dentro del alma miserable del español pequeñoburgués y ver sus deseos más vitales: "en casa, como en ningún lugar". Y así se organizó la vida del país. En torno a la casa. Ni Otto Brunner lo hubiera visto mejor. Si ya en los últimos años de la presidencia de D. Felipe González se fue acentuando la potenciación del suelo como fuente de rendimiento, con Aznar y su equipo se convirtió en la llave del crecimiento económico, del pleno empleo y de nuestro enganche sin demoras ni complejos al "american way of life". Y quizás esto se producía sin vinculación directa a un gobierno de derechas o pseudo-izquierdas. Sólo que estos lo potenciaban más. De repente todo el mundo se hipotecó, se abrieron puertas de casas nuevas, de chalets sobre todo, se regaban jardines y se llenó todo de coches, perros y carros de bebé. El didáctico "España va bien" sirvió de lema para aupar a unos y denostar a otros, mientras la izquierda languidecía lentamente, de forma triste, en algún callejón de una oscura ciudad. Y quizá supo leer en el corazón tacirturno, orgulloso y perezoso del español que no desea otra cosa que la grandeza trasnochada, el borbonismo-austranismo ibérico, el susurro franquista de una grande y libre. Porque en este país la izquierda se ha autoaniquilado. Entre las buenas formas, el miedo a sí mismos, los conflictos internos y el sindicalismo vertical tardofalangista parece que han adoptado un discurso complaciente, de meterse pero no demasiado con el pasado, de mirar con recelo pero no con el suficiente a los aliados del franquismo, como la Iglesia (1) y el Ejército.
Este señor se llenaba la boca de expresiones de grandeza mientras su voz sonaba forzada, casi en forma de pito, como si se diese cuenta de que es demasiado pequeño para decir enormidades de tal calibre. El causante  de esto es el complejo de hacerse ver. De esta misma guisa, nos llevó a jugar entre los grandes, entre los potentes, a hacer guerras, como antaño, a reconquistar el imperio perdido, veáse nuestra gala y altura al colaborar fielmente con Estados Unidos, Reino Unido y algunas naciones más en la II Guerra de Irak, defender Perejil e intervenir favorablemente al intento de golpe de Estado contra Chaves.
Y su derrocamiento vino por sorpresa por avaricioso, por pensar "me voy y encima dejo a uno que ni siquiera podría gobernar", "me voy habiendo hecho historia", "conmigo España ha sido grande de nuevo" y por mentir deliberadamente a una ciudadanía que despertó de su letargo tan sólo por un par de días. Y despertó porque ya era drástico el aprovechamiento de nuestra pasividad, porque la chulería ya era extrema. Era como situar la dama sin defensa a la caza de otra pieza creyendo que seguiría viva, que podría dar mate al rey sin estar resguardada. Por suerte quisimos despertar. Pero pronto nos dió por dorminos de nuevo, como con el tamayazo.
Después llegó su vida y discursos en las universidades estadounidenses, la recompensa por su ladrido de alegría ante las caricias del junior de los Bush, su crítica en el exilio, su mirada de grandeza, de casi Dios. Y también tendríamos sus veranos de las FAES, sus ataques contra los defensores del cambio climático y sus invitaciones a negadores del Holocausto. Vuelve otra vez a ajusticiar, que es lo que le gusta. A usar su espada de Damocles para mostrarnos que fue un buen padre, que nos alejamos de su camino.
Pero nos lo ganamos a pulso. Ahora sirve de poco insultarle desgañitadamente, porque a ello responde con la arrogancia de la cual le dotamos al ponerle en la Presidencia, con la mala educación y grosería de una política ciudadana ciega, pequeñoburguesa, temerosa, conservadora, todavía envuelta en complejos de pequeñez y poca virilidad ante los grandes de Europa.
Señal de nuestro carácter peninsular, de creernos el ombligo del mundo, deviene este hombre mediano, visualmente previsible, de formas imperiales, de bigote dictatorial. Quizá el discurso franquista caló tanto que lo echabamos de menos, que nos resultó próximo, cercano. Por eso este gesto mide nuestra elección.  
             
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NOTAS:
(1) Algun@s dirán que en los últimos años tiene lugar una cruzada contra los católicos. Como si les persiguiesen por las calles o les marcasen con algún brazalete. Lo que ocurre es que les molesta no hablar tan libremente. No dictar sentencia, que es a lo que están acostumbrados.

3 comentarios:

Juan Díez Blanco dijo...

A mí lo que me resulta especialmente asombroso es el mecanismo de adoctrinamiento social por el que muchas personas aún adoran a este mastuerzo, a doña Espe y a muchos otros caciques que se amparan en la grandilocuencia y las nostalgias del Pasado. Porque no son sólo los ricos los que les amparan, hay mucho obrero pobre de derechas que aún comulga con el discurso neoliberal de esta gente. ¡Pues no habré tenido broncas yo...!

Pero vaya, qué sería de nuestra aburrida esclavitud asalariada si, de vez en cuando, no nos alegrasen con este tipo de prensa rosa que nos ofrecen algunos personajes públicos. Total, el día que me canse hago el hatillo y me voy al campo, como Thoreau, y ahí se quedan todos.

Synthagma dijo...

A ese pequeñoburgués me refería exactamente. Porque realmente, podemos hablar de obrero en este país, pero no de proletariado. Bueno, ¿podemos decir esa palabra ahora refiriéndonos a cualquier país? ¿Sigue habiendo conciencia de clase?
En cuanto a lo que llamas prensa rosa, si, nos alegra, pero también puede que nos condene o lleve a un estado de tedio, de triste mira-ladrillos o sostiene-columnas, que convierten en ciudadanos insensibles, pasivos, sin voluntad política.

Juan Díez Blanco dijo...

No existe el proletariado, y el obrero cada día es más "trabajador", un aterrador cambio de concepto para un aterrador cambio de modelo productivo. Pero hablar de conciencia de clase fuera de determinados círculos es, hoy por hoy, imposible. Una pena.

En cuanto a la prensa rosa, no es sólo que pueda convertirnos en eso, es que ha expandido su modelo al resto de tipos de periodismo y ya no existe información objetiva ni veraz: sólo productos y chismes baratos. Otra pena.